miércoles, 15 de abril de 2009

Espíritus cóncavos, realidades convexas

Y el filtro no pretende despegarse de la piel. Suelo música, techo ciudad. Ecos ondulados en cielo metalizado.
A metros de todos, la pared continuada en un después por la ventana. Se antoja con visillos de más allá, a sabiendas proclama una extensión que implica acercamiento. Y espacios antes una sobre otra las ideas se acumulan, se configuran en pared de materialidad invisible, de herencias rechazables.

Cambia el ritmo

Respaldos de pulcritud juegan sus complementarios en conveniencia disonante. Superponen su única conciencia común, diversas todas, obstáculos todos, muro de fantasmas, vibraciones concretas que separan mis baldosas de la ventana. Suerte de centinelas de otras vidas.

Cambia el ritmo.

Nada muta demasiado. Nosotros, la silla, la ventana, la disposición de los cuerpos, las ideas incrustadas. La abertura es ahora capricho de aire fresco y contemplación, quizás ansias de otro portal. Migas y vasos, restos de humanidad no demasiado lejana a la bestia. Pareciera que el tiempo no logró construirse y el afuera apago sus influencias.
Las luces acusan frívolas y dan sentencias perpetuas a lo que intenta sumergirse en sus espaldas.

El trazo se ajusta y cambia el ritmo.

Pocas veces la fortuna de tinta y papel entre tanto juego con imaginaciones. Son mis pulsos los que se fracturan y al levantar tu mirada los brillos golpearán contraste
s entre uniones de visión.
Y al banco de mi esquina le falta una pata. Igual que a la realidad de muchas otras veredas.


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Publicado en Dadá Mini, numero 7 (diciembre 2008)
By: Elisa Robledo



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